HB_The_Scent_Intense_1017_BP_Banner_web.jpg

 

 


Utilizar una fragancia todos los días puede parecer un asunto poco práctico, un brindis al sol de la sofisticación y el esnobismo. Es natural pensar en este gesto cotidiano como una suerte de sacrificio en el altar del reconocimiento y la estima, una vez cubierto cumplidamente el resto de niveles de la pirámide de Maslow –por este orden: fisiología, seguridad y pertenencia–. Habrá quien opine que el acto de perfumarse está, de hecho, en un escalón superior: el de la autorrealización; que, aburridos de nuestro bienestar, buscamos diferentes fórmulas para complicarnos la existencia con apetitos cada vez más caros y accesorios, desde una corbata de Hermès a un eau de toilette de Atkinsons.

Nos ponemos un perfume sobre la piel porque es lo siguiente, un paso lógico en el viaje que nos llevó de las cavernas a la conquista del espacio. Nos produce placer estético y moral, es la última capa de cultura que le agregamos a nuestra naturaleza animal para ocultar que, a pesar de todo, nuestro genoma es casi idéntico al de un chimpancé; o es, tal vez, un sucedáneo de las pinturas de guerra, la última incursión del homo sapiens en el universo mágico de los ceremoniales cinegéticos, aunque el coto de caza sea una oficina en el centro de Madrid o un bar de copas de madrugada. 

Prácticamente a ningún hombre se le ocurriría salir en busca de una pareja para el apareamiento sin dotarse antes de una firma olfativa reconocible y en ese ritual –cimentado por la publicidad, el cine o la literatura– hay mucho de intuición y sabiduría ancestral.  Porque perfumarse todos los días puede ser alguna de estas cosas o todas a la vez pero, en ningún caso, un acto inútil. A continuación, los porqués...


Cualquiera que haya convivido con una mujer embarazada sabe hasta qué punto se le afilan los receptores olfativos antes de dar a luz. Lo que tal vez no sepas es que, en general, su sentido del olfato es siempre mejor que el nuestro y que, al parecer, ocupa un lugar preponderante en la elección de pareja y a la hora de tener relaciones sexuales. Diversos estudios aseguran que, mientras que los varones tendemos a sentirnos atraídos por impulsos visuales –las proporciones del cuerpo, los rasgos faciales o la piel–, ellas le prestan una gran atención al aroma de su potencial amante. 

Esto tiene una lógica evolutiva. Dado que el olor que desprendemos es un reflejo de nuestro sistema inmunológico y que para perpetuar una especie sana es necesario el apareamiento entre individuos genéticamente distintos, la firma olfativa de un hombre es el mensajero que le transmite a la mujer si es o no apto para procrear con ella –más allá de polémicas con las feromonas–. Nosotros nos excitamos con la vista. Ante la duda, ellas se fían de su nariz.

 2. Los olores influyen en la percepción visual.


Oler bien nos hace parecer más guapos. O al menos eso han concluido ciertas investigaciones científicas que han estudiado la relación entre la vista y el olfato. Sin entrar a evaluar esa rara condición que padecen algunos individuos llamada sinestesia, por la cual una persona sana puede escuchar colores, se ha descubierto que, en sus estadios iniciales,la apreciación de determinadas esencias puede influir en la percepción visual. Siguiendo este razonamiento, es plausible concluir que emitir un olor agradable genera una impresión más positiva sobre nuestra belleza. 

¿Quiere esto decir que podemos borrarnos del gimnasio, abandonar nuestra rutina de cuidados cosméticos y dejar que una fragancia haga el trabajo sucio? Por supuesto que no. Lo que demuestra es que, en un primer momento, el olor y el atractivo físico se evalúan de forma conjunta en nuestro centro emocional. También que un aroma agradable nos hace parecer más relajados y felices. En resumen, que todo suma y lo que no suma… resta.


La teoría evolutiva sugiere que, al empezar a caminar erguidos, los seres humanos pasamos de ser olfativos como el resto de cuadrúpedos a hacernos visuales. Sin embargo, el sentido del olfato sigue siendo la herramienta más poderosa que tiene nuestro organismo para almacenar recuerdos y generar emociones. No en vano, varios nervios de la nariz están directamente conectados con la amígdala y el hipocampo. Es por lo que Marcel Proust fue capaz de escribir siete gruesos volúmenes partiendo de la fragancia de una magdalena. 

Prácticamente no existen los olores neutros, asociamos invariablemente unos u otros a determinados pasajes de nuestra vida y a lo que sentimos cuando discurrieron. Pueden provocar alegría, tristeza, melancolía y hasta excitación sexual. Nunca olvidarás a qué olía tu primer amor. Tu fragancia es tu epitafio sensorial, aquello por lo que serás recordado por hijos, nietos, amigos y amantes. Estamos seguros de que quieres tomarte en serio esas últimas palabras.

 

 

banner-promociones-zul-peq1.jpg

linea_naranja.png

2017 © CREOWEBS. Diseñamos y creamos